Los grupos especializados de discusión en la red se revuelven de vez en cuando a cuenta de las memorias de sostenibilidad, informes integrados y similares. Estamos en plena temporada de elaboración de los mismos, pronto empezarán a publicarse y el patio se animará de nuevo.
Este tipo de informes se ha venido concibiendo desde su inicio como una herramienta de gestión e información que debe elaborarse por un equipo misceláneo (multidisciplinar) mediante un proceso de consulta con los grupos de interés internos y, si es posible, externos (proceso multistakeholder).
A principios de la década de 2000, cuando empezamos a trabajar en estas cuestiones, se hablaba de “triple cuenta de resultados”: ambiental, económica y social. En busca de referencias, se tomaban en cuenta los indicadores recogidos en las normas de calidad EFQM e ISO (9000 y 14000, principalmente), la SA 8000, las propuestas de diversos organismos acerca de “contabilidad ambiental” e incluso los intentos de memoria social desarrollados en los primeros años 70, que muchas empresas publicaron hasta entrados los 90. Recién acuñado el concepto de ”desarrollo sostenible” por la Comisión Brundtland y fundado Global Reporting Initiative (1997), este tipo de informes se denominaron memorias “de sostenibilidad”.
Sin embargo, la información sobre la parte social no terminaba de convencer a muchos grupos de interés, principalmente los grupos externos, que empezaron a demandar información más precisa y veraz, una “imagen fiel” y completa del impacto total de la compañía en su entorno. Después de escándalos como los de Enron (2001-2004), Worldcom (2002) o Parmalat (2003), esta demanda se hizo más intensa. Comienza a hablarse seriamente de la responsabilidad social de las empresas y de la necesidad de gestionarla. Con ello, se empieza a reforzar la vertiente social de los informes de sostenibilidad. Muchos de ellos empiezan a rendir cuentas a sus grupos de interés desde un perspectiva de “quíntuple cuenta de resultados” (económica, ambiental, social interna, gobierno corporativo y social externa), que dota de mayor relevancia a los aspectos sociales externos e internos e informa de manera específica sobre gobierno corporativo.
La existencia y el intenso trabajo que ha realizado el GRI para facilitar el proceso de implantación de estas herramientas ha sido esencial. La generalización de su uso está transformando la mentalidad de quienes reportan y cada vez más compañías toman este marco como referencia. Las empresas sujetas a un escrutinio externo más intenso –como aquellas que cotizan en Bolsa o que se financian con recursos públicos recurren de manera general a la validación externa. Actualmente, la mayoría de los analistas bursátiles penalizarían a una entidad que no informase sobre sus impactos y sus riesgos futuros. Por supuesto que se puede mejorar mucho y esperamos que el nuevo marco G.4 resuelva muchas de las carencias de sus antecesores.
No todas las organizaciones necesitan la misma memoria, al igual que no todas están sometidas al mismo escrutinio por parte de sus grupos de interés. Independientemente de contar con el mejor marco de trabajo, cada una de ellas es quien debe reflexionar sobre sus impactos y lo que suponen para su negocio, sobre sus grupos de interés y las exigencias que se les plantean y si deciden o no ir más allá de las exigencias legales. Las restricciones presupuestarias pueden suplirse con creatividad, adaptando la comunicación a las necesidades y siendo, sobre todo, sensatos, sin olvidar que la memoria no es sino el reflejo de lo que la empresa es y constituye un herramienta de comunicación y de mejora. En un mundo hiperinformado, limitarla a aquello que a la empresa le gustaría ser es tan innecesario como temerario.