Supongo que a todos debería preocuparnos el futuro de los bancos, especialmente de la entidad en la que depositamos nuestros ahorros. Qué duda cabe de que una economía sana necesita de un sector financiero sólido y fiable. Fiable. He aquí la cuestión. En los últimos años hemos asistido en España a un proceso de reestructuración bancaria que se hizo necesario ante el grave deterioro de los patrimonios de numerosas entidades. Hoy siguen intervenidas varias de ellas, pero los indicadores sectoriales presentan una radiografía más prometedora. La pregunta inevitable es ¿por qué se perseveró en una estrategia que deterioraba la posición del sector? Probablemente porque mejoraba posiciones particulares que, a la vista de los resultados, debían ser muchas.
La pasada semana la Comisión europea ha presentado una batería de propuestas encaminadas a prevenir y castigar conductas arriesgadas en las grandes entidades. Se parte de que la función del banco es servir como intermediario entre quienes depositan dinero y quienes lo piden prestado, con lo que se prohíbe la negociación por cuenta propia, que no redunda en beneficio directo del cliente y presenta un riesgo muy elevado que sí podría afectar negativamente. Es otro paso más, después del acuerdo de finales de 2013 sobre el mecanismo de resolución, que permite avanzar hacia la Unión Bancaria, en la ardua tarea de reconstrucción de la credibilidad del sector bancario.
Es estremecedor el hecho de que en un negocio sustentado sobre la confianza se ha hecho tal esfuerzo por destruirla. Como enseñan los manuales, eso es lo más fácil. Recuperarla y mejorarla va a ser dificilísimo. De entrada, se ha reducido el dinero en circulación y ha aumentado la morosidad, reduciendo considerablemente los márgenes asociados al negocio bancario tradicional. La percepción hostil de la mayoría de la sociedad hacia el sector ha reducido al mínimo el orgullo de pertenencia de sus trabajadores. Combinado con la permanente amenaza de un ajuste de plantilla, no ayuda a generar “experiencias de cliente” creadoras de confianza.
Es posible que en ese camino sea necesario tomar decisiones arriesgadas. BBVA protagoniza dos ejemplos muy ilustrativos: por un lado, se ha negado a participar en SAREB, a expensas de las compensaciones que el ministerio de Economía pueda exigirle. No están dispuestos a arriesgar el dinero de sus accionistas en un proyecto cuya viabilidad no les convence. Si lo hicieran, traicionarían su confianza, y no se encuentran inversores en cualquier parte. Por otro, están desarrollando una apuesta por el futuro con un fuerte componente tecnológico que les permita competir con sistemas financieros alternativos, cada vez más fuertes en el escenario global. La banca de proximidad, sin llegar a desaparecer, va a transformarse mucho y la entidad quiere seguir siendo líder. Ambas decisiones son coherentes con su filosofía de negocio basada en el cliente y centrada en mantener y acrecentar su confianza.
El estudio del profesor Villafañe sobre “Reputación del sistema financiero español” pone de manifiesto precisamente cómo la pérdida de confianza ha sido menor en las entidades más coherentes con su visión de negocio y que han tomado decisiones, en ocasiones, discordantes con prácticas habituales que no concordaban con esa filosofía. Es el caso del Santander o Bankinter, que no aplicaban cláusulas suelo en sus hipotecas.
Es cierto que para las entidades con beneficios va a ser más sencillo invertir en creación de confianza. También parten de posiciones más favorables. Pero ese cambio de paradigma del que tanto se habla no se puede dejar de lado cuando pedimos a las entidades bancarias que abandonen actividades impropias y se concentren en su negocio, porque la forma en que éste se desarrolla está cambiando: los clientes, cada vez mejor formados e informados, se vuelven veleidosos e intransigentes; la oferta se multiplica más allá de nuestras fronteras; los grandes inversores dejan de limitar sus exigencias a la rentabilidad financiera… Un panorama que los gestores tradicionales pueden encontrar demasiado complejo, incluso contrario a fórmulas de eficacia probada, o que puede ofrecerles un reto apasionante: hacer fracasar al espíritu de las Navidades futuras.